He aprendido a irme, a joder y a romper y me encanta.
Me encantan demasiadas cosas como para decirlas todas,
aunque he de decir que se me da de puta madre escribir y borrar,
que sé olvidarme de querer y querer a lo loco,
que he construido muros y no ha pasado nadie, pero los he derrumbado porque he querido ver el exterior
y me han roto,
demasiado,
pero el monstruo me dice que lo deje salir cada vez que me rompa,
y lo hago, sale,
y hace lo que yo no hago: que es sobrevivir sin sentir, sin mirar a nadie y sintiendo cómo te vuelves frío para después esconderse en la ilusión. Un desastre. Eso es. Esto es un desastre.
He dejado de echar de menos, de quedarme y esperar o simplemente de salir a buscar.
He empezado a destruir las ventanas y las puertas para que quien se haya ido no vuelva.
Que sé estar de puta madre y darlo todo y eso no lo aprecia nadie.
Tan tranquilo me hallo en el desastre que yo mismo formé, parece que vivo en él, y sí, es verdad. Pero. Pero eso me pone. Me saca de quicio. Me hace querer darlo todo y vivir y volver a por mí.
Soy complicado y en mi defensa diré que quien no le guste complicarse un poco la vida que se marche, pero que, al ver lo que ha perdido, ni me mire. Que me quiero a rabiar y veo el mar desde el espejo en estos ojos. Pacífico. Inmenso. Hasta nervioso.
Y que soy impaciente, no sé esperar. Y lo siento. Tal vez no. Me da igual.
Pero que venga quien quiera, que se quede y se complique que si las cosas fueran fáciles no merecerían la pena.
Mi monstruo me ha salvado de tantas que le he pedido que se quede conmigo. Y le he puesto un nombre: Desacaos. Y es complicado.
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