Fénix, no curas: sangras.



Te he visto prenderte fuego, arder y renacer. Maldito fénix, siempre curándote heridas.
Me miras a los ojos -mientras finges estar triste- y me quemo yo.
De quién huyes, pequeño pájaro. Cuervo. Tú no sacas los ojos, infectas heridas y echas a volar.

Ojalá un día -en algún descuido- dejes de sanar al instante y sepas que cómo no te va a doler, si eres humano y yo te he visto llorar, caer... Te he visto levantarte solo y te juro que no había visto nada igual, supongo que eso me hizo estar lleno de grietas.
Vuel(ve)a. Huye. Rómpete al abrirte en dos y dime a dónde vas a ir cuando hayas dejado tú.

Te necesitas tanto que cuando te me pasas por delante con tu olor a tabaco y perfume barato mezclado con olor a quemado me paralizas. Mírame. O dispara. Al fin y al cabo no me salvo.
Yo, que caigo y me ahogo por no saber nadarte, te miro. Te evaporas. Desapareces.

De noche llamas a la ventana y me acaricias mientras te escapas y no te despides. Eres a prueba de balas, será por falta de abandonos. Ojalá algún día, entre deseo y deseo, te me cumplas y no te vayas.
Sáname a mí, joder. Que no seré el más bueno, pero no me has visto reírme y estar en medio de guerras.

Últimamente ya no te veo, simplemente, he dejado de tocar la herida y de ver cómo sangro.

Comentarios