Casi otoño. Fénix negro.


Porque deberías dejar de mirar con esos fríos ojos negros que parecen agujeros negros que te absorben y te quedas sin aire; con tus manos de lava que parecen volcanes cuando tocas con el más mínimo cuidado pero no hay quién se resista al tacto de tu calor en pleno apogeo cuando te ríes de una manera infantil y llena de un puñado de defectos que ya no parecen tuyos con esa casi sonrisa enseñando unos perfectos dientes blancos que parecen que han encontrado a su presa; y no sobrevivo, porque eres como reír después de llorar cuando abrazas y te haces hogar, casi Tercera Guerra Mundial en una cama fría a medio hacer y tu dorso como si lo hubieran esculpido los mejores artesanos con ese pelo negro revuelto que te hace darte cuenta de que se puede encontrar lo perdido como si hubieras aparecido de la nada absoluta y hubieras reconstruido algo que no tiene arreglo, con tus manos sujetas a mí como si el mundo fuera a romperse y tú ni inmutarte, porque tienes siempre esa cara de no pasa nada y esos ojos tristes cuando sonríes parando el tiempo; te quedas y, aunque no lo digas, se nota que podría irme a dormir en aquellas sábanas con tu olor sin nadie más alrededor y despertar por un mensaje de que te abra la puerta, como si fueras un borracho y un niño perdido a la vez que acaba en su lugar favorito, el que más recuerda; pero es que cómo se podrás ir con ese traje de abogado y la camisa medio abrocha que pide ser quitada junto a esa cara de te he echado de menos pero no me atrevo a decirlo, no hay quién te entienda desastre, pero haces entender que haces vivir y te hacen renacer, tú ya que pareces un ave fénix negro con todo su esplendor en mitad de la madrugada con los sonidos de los coches y el maullido de los gatos que destacan en la calle, contigo en medio de la puerta, alto, frágil y eterno pidiendo a gritos silenciados que se puede creer en algo. Y es casi imposible decirte que no entres, que puedes quedarte a dormir, a tomar café, al tiempo que quieras porque va a empezar el otoño y tú andas provocando huracanes y con esas manos de romperlo todo mientras haces el crío pequeño y no dejas nada al descubierto pero te grabas en la memoria, que ya no es nada, hielo y fuego en la piel como si hubieran prendido un incendio siendo tú la cerilla con tus dedos de hielo y una boca ardiendo. Que no va a haber supervivientes, pero tampoco es el final.

Comentarios