Emperador inmortal.


Ahí estás sentado en tu trono como si fueras un dios encima del mundo, con esa sonrisa indiferente y esos ojos que podrían atravesarlo todo y ser capaz de leerte por dentro, dándote un escalofrío por la columna vertebral; vestido de manera que cualquiera podría pensar que no eres un simple mortal: llevas una túnica roja oscuro como la sangre e hilos dorados que parecen dragones mientras llevas una corona de oro que hace juego con tus ojos de phoenix, claros como el agua y profundos como el océano. Asfixias, eso es todo lo que se me pasa por la cabeza cuando ahí estás tú, con esas manos que podrían matar a Buda, dioses y demonios como si fueran simples presas. Pánico, con esas manos manchadas de sangre y esos dientes de vampiro que relucen como si fueran perlas del Sur que parece que provocarán una guerra. Atraes la ruina a las ciudades, derrocas imperios y haces historia en cada lugar al que vas; eres un gran caos cuando no puedes dejar de reír y resuena en los 9 cielos provocando la ira de los más altos haciéndote gigante porque es como si fueras parte de la primavera, pero provocas tormentas que lo reducen todo a tragedia. Te levantas y con pasos firmes y seguros que podrían destrozar la tierra te acercas y con tus manos heladas con el olor a sangre tocas mi mejilla haciéndome presa del pánico. No puedo salvarme. Tu mirada tan llena de ternura como si parecieras completamente diferente de aquel chico de sangre fría, sanguinario y sin sentimientos que no tiene miedo de llevar una guerra a todos los reinos existentes y salir victorioso. Tú, tan dios de la guerra, que tiene el mundo en su mano cayendo en el amor por alguien que podría convertirse en tu mayor debilidad. Destruirte, eso es lo primero que pensé cuando me besaste en aquel día de lluvia en el pabellón en mitad del lago, todo lleno de árboles de peonia y lotos que lo hacen parecer un paisaje hermoso e infinito contigo en medio con tu túnica blanca bordada de negro y el pelo cayendo como si fueran cascadas revelando tu hermosa cara y esos ojos tan fríos y llenos de ansias de sangre que parecen nieve pura teñida de rojo. No pude salvarme, tampoco destruirte; pensé que podía ser capaz de todo y seguir riéndome como un crío que aprendió a protegerse pero quién hubiera pensado que el mayor error que cometió fue de casualidad, como si en algún descuido podría no haber pasado y no te hubiera conocido aquel día pacífico. Tan brillante y puro como un loto blanco en mitad de un agua helada que hace caer la temperatura, eso eras tú hasta que tus manos calientes me tocaron y me acercaron a ti. Tan pegado y sintiendo tu pesada respiración en mi oreja y tus manos detrás de mí como si no fueras a dejarme ir, por si no volvías a verme. Tienes razón, huyo, desaparezco, soy como si no existiera una vez ido sin nada que perder o ganar, sonriendo y viviendo en una oscuridad que lo devora todo y yo fuera su rey, controlándolo todo con un simple dedo y pudiera sobrevivir sin nadie ni nada. Desastre, eso es todo lo que soy. Pero besas, y parece que se hace de día, llenando un cielo mitad rojo mitad negro, nunca podré olvidar aquello, como si se hubiera fusionado un interminable mar de llamas de sangre y una absoluta fría oscuridad que forman un dragón y un phoenix; tal rey de los cielos y las aves en unos interminables rugidos y gritos de aquellas míticas criaturas te dejas querer y olvidar quién eres y lo qué has hecho empezándote de cero y recordándote meses más tarde en aquel jardín verde a rebosar contigo en medio encima de una pila de cadáveres y una lluvia de sangre y flores de ciruelo que te hacen parecer un jodido demonio del paraíso con esa sonrisa maliciosa y simple mientras estás corriendo hacia mí. Fresco, valiente e inunda todo mi cuerpo, como si fueras viento haciendo torbellinos a tu andar haciéndote elegante y refinado como un erudito que lo sabe todo y no tiene nada que ver con el mundo mortal. Tu aura de emperador supremo se eleva a los cielos provocando miedo y admiración en los tres reinos sin darle tregua a nadie claramente estás podrido pero a la vez tan puro. Haces una guerra todas las noches y te vas a la guerra en la corte por el día tan seguro de que vas a triunfar y que lo vas a ganar absolutamente todo ya que te ríes a carcajadas siendo no muy típico de ti llenando la sala de algo indescriptible y soledad. Tan solo ahí arriba debe de doler cuando me dices que tú dejaste de querer porque naciste en la familia imperial hasta que me viste perdido e inalcanzable, como si fuera a huir una vez que me tocaras. Tan frágil y caos que pueden destrozarlo todo y romperme todo. Me recorrí tu cuerpo en mil y una noches de memoria y formé grietas en aquellos músculos que forman tu piel en unas sábanas de seda roja y blancas que nos hacen resaltar como dos cuerpos uniéndose entre sí formando uno mientras me besas y me dices que vas a protegerme de todo y que podrías dármelo todo, que no huya y te rompa. Me reí, me reí tanto que se me olvidó la coraza que acabé en un interminable llanto mientras miraba unos ojos llenos de sorpresa e inocencia. Me pusiste encima tuya, me abrazaste y me susurraste al oído que nunca ha sido tan feliz como en este momento conmigo, viéndome sin nada más que yo, sin esconderme y dejándome ser, tanto que hizo una mueca llena de cariño y me encerró en sus brazos y cuello protegiéndome de mí y del desastre que traigo. Le sonreí como si nada y asintiendo que vale que yo no sé hacer nada más que huir, pero que huir será correr a él y perderse, que no puedo perder nada pero que puedo ver el mundo en una cama llena de esperanza con alguien que podría ser casa y suicidio. Tal vez algún día aprenda que es mejor arriesgarse que no hacer nada.

Comentarios